Introducción:
El Evangelio
de Marcos es el más antiguo, por lo tanto, el más próximo al Jesús histórico.
Se lo fecha antes de la caída de Jerusalén ocurrida el año 70 dC. Por su
proximidad histórica al acontecimiento Jesús de Nazaret es que lo prefierimos
para reflexionar sobre este aspecto.
Si bien
Marcos asigna un lugar significativo a las discípulas mujeres no deja de
situarlas en un rol secundario en relación a los discípulos hombres.
Sin embargo,
una lectura “contra cultural” del Evangelio de Marcos, es decir, desde “la
resistencia” en clave “jesusiana y no cristiana” permite una comprensión
diferente de lo que hasta el momento parecía obvio.
La diferencia de clave de lectura, entre “jesusiana” y “cristiana” es
fundamental. La primera, sería una aproximación al texto bíblico desde la
cercanía a Jesús de Nazaret, es decir, intentar leerlo con los lentes con los
que nos transmiten los Evangelios, que leyó Jesús su sociedad, su cultura, su
religión; donde la persona, no importa si es hombre o mujer, está por encima de
la tradición, de la ley, de las estructuras organizativas que se da una
comunidad. La segunda, sería una aproximación al texto bíblico desde el Cristo
construido a partir de la fe, producto de una cultura determinada, que debió
abrirse y dialogar con otras culturas. Un Cristo producto de doctrinas y dogmas
que marca una distancia signifiativa entre el Jesús histórico y la Comunidad
discipular actual.
Desde la
perspectiva “jesusiana”, las discípulas mujeres pueden ser vistas, como el
verdadero modelo de discipulado a seguir, en contraposición a los discípulos
hombres que no lograron comprender el mensaje ni la persona de Jesús.
Hasta
pareciera que Jesús, adopta actitudes que en su sociedad y su cultura era
propias de las mujeres, a la hora de proponer el seguimiento a su persona y su
proyecto, como la demuestran los siguientes textos:
“Entre
la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con
derrames de sangre. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y
había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al
contrario, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, esta
mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque
pensaba: “Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana.” Al
momento, el derrame de sangre se detuvo, y sintió en el cuerpo que ya estaba
curada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que había salido
poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó: —¿Quién me ha tocado la
ropa?. Sus discípulos le dijeron: —Ves que la gente te oprime por todos lados,
y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a su alrededor,
para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, temblando de
miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le
contó toda la verdad. Jesús le dijo: —Hija, por tu fe has sido
sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad” (Mc. 10,25-34).
Resulta interesante y significativo, releer los signos de sanación
obrados por Jesús. En unos hay una demanda expresa de la persona enferma (Mc. 1,40;
10,47). En otros, hay personas que median entre Jesús y la persona enferma
aunque esta sea adulta (2,1-12; 7,31-37; 8,22-26). Todos estos casos, la
persona enferma es un hombre. Sin embargo, la mujer enferma de hemorragias no
tuvo quien la presentara y mediara ante Jesús. Probablemente se encontraba en
tal estado de indefensión que ni siquiera pudo abrir la boca para suplicar.
Simplemente cree y espera. ¿Cuántas veces habrá sufrido humillaciones por ser
mujer, por estar enferma y por ser impura? Triplemente discriminada,
victimizada y excluida por una sociedad y una cultura que tiene lugar solo para
los hombres, los sanos y los puros. A ésta, temerosa y arrodillada, Jesús sana,
restituye su pureza que la incluye en la comunidad y envía.
Esta mujer, recorrío el mismo camino de Jesús en su
calidad de Siervo de Yavé (Is. 52,13-53-12).
Discriminación por su orígen (Mc. 6,1-6). Victimización por parte de las
autoridades socio políticas y religiosas (Mc. 2,23-27; 3,1-6.22). Exclusión de
la comunidad – pueblo (Mc. 14,1-2.45-15,47).
“Jesús
había ido a Betania, a casa de Simón, al que llamaban el leproso. Mientras
estaba sentado a la mesa, llegó una mujer que llevaba un frasco de alabastro
lleno de perfume de nardo puro, de mucho valor. Rompió el frasco y derramó el
perfume sobre la cabeza de Jesús. Algunos de los presentes se enojaron, y se
dijeron unos a otros: —¿Por qué se ha desperdiciado este perfume? Podía
haberse vendido por el equivalente al salario de trescientos días, para ayudar
a los pobres. Y criticaban a aquella mujer. Pero Jesús dijo: —Déjenla; ¿por qué
la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo. Pues a los pobres
siempre los tendrán entre ustedes, y pueden hacerles bien cuando quieran; pero
a mí no siempre me van a tener. Esta mujer ha hecho lo que ha
podido: ha perfumado mi cuerpo de antemano para mi entierro. Les
aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie la buena noticia, se
hablará también de lo que hizo esta mujer, y así será recordada (Mc. 14,3-9).
El mismo texto, pone en comparación las actitudes de la mujer y las
actitudes de los hombres, incluido el anfitrión. Marcos plantea que algunos de
los presentes se enojaron (14,4) pero su paralelo en Mateo dice que los
discípulos se enojaron (26,8), incluso en Juan se dice que Judas Iscariote, uno
de los discípulos es quien protesta (12,4-5). Sin lugar a dudas fueron los
hombres quienes se enojaron por la actitud de agasajo de la mujer. Sin embargo
Jesús la justifica (Mc. 14,6-9).
Podemos dar muchas interpretaciones desde una perspectiva cristiana,
como la que da Marcos vinculando este suceso con el rito funerario de época.
Pero nuevamente desde una perspectiva jesusiana: comprobamos que la mujer fue
justificada por Jesús, porque simplemente estaba siendo culpabilizada por sus
acciones, porque los discípulos – hombres estaban reproduciendo el modelo
cultural donde la mujer es inferiorizada y desvalorada. Ella “hizo lo que pudo”
(14,8), lo que tuvo a su alcance, lo que salió de su corazón, para demostrar su
amor y admiración a Jesús. Seguramente Jesús valoró su autenticidad, tal como
él actuó en la vida.
Posición Eclesial.
La Iglesia Episcopal Antigua, sentimos la convocatoria a seguir el
ejemplo de Jesús que dignificó y liberó a las mujeres de todo el peso cultural
que las discriminaba y sometía a los hombres. También sentimos el impulso a
enfrentar algunos desafíos:
1-
Los evangelios también son historias de mujeres, pero al ser contadas
por hombres (y vale para toda la biblia) es necesario “desmantelarlas” del
aparato machista y patriarcal, producto de la sociedad y la cultura, que
desvirtúan su contenido liberador y dignificador.
2-
Es necesario devolver la voz a las mujeres silenciadas, invisibilizadas
y colocadas en planos secundarios en la historia de la Iglesia. Los Evangelios
evidencian, junto a otros documentos del Segundo Testamento, que ellas tuvieron
un marcado protagonismo junto a Jesús, y en muchos casos superior al de los
Doce. Desempeñaron un relevante liderazgo en las comunidades, cumpliendo roles
de dirigencia (diáconas y apóstolas).
3-
Jesús no hizo diferencia entre discípulas y discípulos. Estas surgen a
partir de los condicionantes epocales de la cultura centrada en el varón. Es
más, desde una lectura alternativa o subversiva, como decíamos al comienzo, se
podría concluir que Jesús se puso de parte de las mujeres en todas las
circunstancias.
4-
Desde esta lectura, podemos identificar testimonios donde las discípulas
mujeres fueron más fieles, más coherentes y más radicales en el seguimiento de
Jesús, que los discípulos hombres.
Tan evidente resulta la incomodidad de la comunidad discipular
masculina, que no solamente silencian a las discípulas mujeres, las ponen en un
plano secundario quitándoles protagonismo, sino que las descalifican,
malinterpretando y manipulando, por ejemplo, el texto de Mc. 16,9 (cf. Lc. 8,2)
presentando abiertamente a María Magdalena como una endemoniada a la que Jesús
había liberado. Pero muy solapadamente dicen que Pedro fue un traidor y un
violento, o que los otros diez apóstoles fueron unos cobardes que abandonaron a
Jesús, justificando la mediocridad de sus acciones con texto proféticos que
tranquilizan sus conciencias y las de algunos lectores asiduos de la Biblia.
A partir de esta fundamentación, definimos cuatro líneas de intervención
pastoral en materia de género:
-
Violencia Doméstica.
-
Salud Sexual y Reproductiva.
-
Divorcio.
-
Acceso a ministerios ordenados.
Cada una, será fundamentada y desarrollada para su implementación en la medida que se lleven a cabo los planes pastorales.
+Julio Vallarino, obispo de Iglesia Antigua - Diversidad Cristiana
Febrero 2011.
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